Por Alfredo Portillo. Desde algunas semanas se ha echado mano de un eslogan más que trillado para referirse a los cambios que se deben producir en las organizaciones universitarias de Venezuela: se trata de ‘transformación universitaria’. Y digo trillado, porque este eslogan ha sido utilizado en innumerables ocasiones, por todos aquellos que en coyunturas electorales universitarias han querido mostrarse innovadores y de vanguardia.
El asunto que se plantea es si esa transformación universitaria la quieren hacer a ciegas, o basados en datos concretos sobre la realidad de las universidades venezolanas. Porque a ninguna parte se podrá ir en ese proceso de transformación, si no se cuenta con información adecuada, expresada en índices, relacionada con los diferentes aspectos involucrados en la dinámica de la educación universitaria. Vale la pena recordar que el proceso gerencial en las organizaciones implica la planificación, la organización, la dirección y el control-evaluación.
Una universidad no es una bodega que se abre diariamente en la mañana y se cierra en la noche, en espera de que los clientes vengan a comprar los productos de primera necesidad. Una universidad es una organización que debe ser monitoreada permanentemente y debe ser manejada con base en una multiplicidad de índices que expresen los resultados de los diferentes procesos en ella se dan. Cuantos más índices (números) estén disponibles, pues mucho mejor. Porque no está demás saber cuántas veces, durante un semestre, no se le presta el servicio de comedor a los estudiantes universitarios. O también, qué porcentaje de los estudiantes que cursan alguna carrera han aprobado la asignatura matemáticas en el primer semestre. O cuál es el índice de horas efectivas de clase impartidas por los profesores que se desempeñan en alguna escuela o facultad. O cualquier otro aspecto que valdría la pena saber cómo está funcionando.
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