Por: Adelfo Solarte. El río Albarregas entraña para la ciudad de Mérida un espacio paradójico. Su curso milenario partió la meseta con la fuerza de una espada monumental, como si de una equitativa repartición de tierras se tratara.
Visto así, el Albarregas luciría como el villano natural de una ciudad que hubiese aspirado a hacer un uso menos limitado de su ya de por sí estrecha meseta. Un río distinto a un Torbes tachirense, más bien discreto con la ciudad de San Cristóbal. Distinto, incluso, al caudaloso Chama que en su arisco recorrido termina siendo respetuoso de la intimidad de la meseta.
El Albarregas es todo lo contrario: sus aguas discurren sin inmutarse ante los tajantes efectos que produce sobre Mérida. Él determina los modos de hacer ciudad, de vivirla y recorrerla, de estudiarla y comprenderla. De amarla y hasta odiarla.
Pero ese rol de dictador de la mesa merideña es más bien una conclusión de primera vista. Pasa como con las imponentes sierras que en principio apartan a la ciudad del resto del país pero que por ese mismo efecto de claustro terminan acercando a Mérida al conocimiento, a las ciencias, a las luces, que requieren precisamente de un entorno que permita el fluir de los saberes en un marco de introspección.
¿Puede un río que separa, divide y corta el asiento de una ciudad ser la base de su comunicabilidad, en términos urbanísticos? La respuesta es: por su puesto. Y a esa optimista afirmación se llega por la fuerza del ingenio humano, que con su creatividad ha demostrado que los obstáculos naturales son proporcionales a la voluntad de las iniciativas por superarlos.
Es decir: un lago, un cañón, una montaña, un mar, un desierto, el Albarregas no son en sí mismos gigantescos estorbos con los que la naturaleza nos castigó en términos de comunicación sino expresión del mismo acto natural, compendio de ventajas y limitaciones con las que debe lidiar cualquier sociedad humana, y que como tal ha sido en el decurso de la historia del hombre, tránsito poblado de incontables ejemplos de armónica convivencia del ser humano y su entorno.
De hecho el uso del río Albarregas comenzó a verse ligado a la vida del hombre que se asentó sobre sus entornos desde aquellas lejanas épocas cuando sus aguas eran puras y diáfanas.
Tras muchas reflexiones soportadas por datos técnicos y variables medibles, otros fueron justificando la paradójica vocación integradora del Albarregas en tanto río con sus márgenes, sabanas de inundación, taludes y bordes.
No tardaron los especialistas en descubrir que desde las profundidades del Albarregas se asomaban las posibilidades urbanísticas más notorias para la ciudad de Mérida. Que en sus más de 600 hectáreas de extensión, existe un patrimonio no sólo físico sino también afectivo y hasta espiritual.
De allí que no por una obligación de uso sino por una comprobación objetiva de las virtudes naturales y espaciales del Albarregas, en 1970 el Consejo Municipal del entonces Distrito Libertador decretó las áreas del río Albarregas como dignas de protección. Luego vendrían otros instrumentos (como la propia declaratoria de Parque del Río Albarregas, en 1979 y la caracterización como parque Metropolitano en 1982) que sirvieron para, al menos desde la perspectiva legal, exteriorizar la preocupación de la ciudad hacia ese hito espacial tan determinante para la vida ciudadana.
Iniciativas como la de los arquitectos J.A Albornoz y Luis Jugo Burguera (dedicados a exponer mecanismo de integración del Parque Albarregas con la ciudad, y viceversa) y más recientemente como la constitución de la Oficina Técnica Parque Metropolitano Albarregas (PAMALBA), en tanto propuesta de la Universidad de Los Andes, son muestras de la clara visión que existe en torno al uso del río y su entorno natural inmediato como elementos fundamentales para lograr la conectividad de una ciudad fragmentada no tanto por sus accidentes orográficos, vinculados a la paciente labor de sus ríos, sino por un desaprovechamiento reiterado de las virtudes geoespaciales que exhibe la meseta de Mérida, hecho este último atentatorio de la conectividad urbana.
En pocas palabras: las posibilidades reales de hacer la ciudad, desde una perspectiva de interrelación humana - sólo posible mediante la adecuación de su espacio físico de cara a esa dimensión de comunicabilidad - pasan directamente por el aprovechamiento del principal elemento definidor de la ciudad de Mérida que no es otro que el Parque Metropolitano Albarregas.
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