Por: Adelfo Solarte. El texto que sigue fue escrito el 30 de septiembre del año 2012, previo a las elecciones presidenciales del 7 de octubre de ese año, acto en el que resultaría victorioso el ahora fallecido Presidente Hugo Chávez Frías. Desde aquel momento hasta ahora han pasado situaciones políticas que pudiéramos calificar, si bien no necesariamente extremas, al menos, sí, complejas y de delicadas repercusiones para el cuerpo social del país.
Cada vez que los venezolanos acudimos a votar lo hacemos, como es de esperarse, con distintas visiones. Lo que buscamos con este escrito es que pese a las diferencias políticas, el destino de la patria esté soportado en la posibilidad de reconocernos como habitantes de un país que no puede fragmentarse en función de las pasiones de un momento político que, a fin de cuentas, es sólo un paso más en el largo camino de una vida mejor.
Aquí reproducimos el texto - con las correcciones de fecha que el caso amerita – ya que entendemos que siempre necesitamos recordarnos que la violencia no es una opción.
El escritor mexicano Miguel Ruiz escribió el mundialmente famoso libro Los Cuatro Acuerdos, un texto de gran impacto humano surgido de las interpretaciones hechas a partir del legado filosófico encerrado en la sabiduría tolteca.
Los cuatro acuerdos del Doctor Ruiz pretenden ser una guía para conducirnos sin sufrimientos en nuestro tránsito por la vida.
Nuestros cuatro acuerdos electorales no tienen, ni remotamente, tan ambiciosa meta, pero creo oportuno manifestarlos dada la cercanía del proceso electoral planteado para el domingo 8 de diciembre acto que implica la movilización multitudinaria de distintas visiones de país pero, confío en lo más profundo, todas movidas por la creencia de que podemos vivir mejor no sólo en términos materiales sino también desde la perspectiva espiritual, mental y afectiva. Es decir, también el propósito debe ser, sin más, alcanzar un país alejado de los factores que pueden activar el sufrimiento en sus distintas acepciones.
El primer acuerdo: votar
Ese debe ser el primer acto natural de quienes participamos en democracia. El 8 de diciembre implica levantarse temprano y acudir al centro de votación que nos corresponda y, civilizadamente, esperar nuestro turno de ejercer el voto por aquel que consideremos interpreta nuestra aspiración de vivir mejor. Pese a que no pronunciemos ni una sola palabra, votar, plasmar nuestro voto, implica un poderoso verbo, un discurso de lo que pensamos y deseamos. Por tanto, quien vota, más allá de los resultados, debe sentir que hizo su parte, colocó su ladrillo en la pared. Es un acto democráticamente liberador.
El segundo acuerdo: confiar
Si usted va a votar es porque confía en la posibilidad de que su voto se concrete tal cual lo ha expresado. Votar conlleva a depositar un mínimo de confianza en el proceso comicial. Además, no sólo las propias autoridades lo han dicho sino también las partes políticas que acuden al acto y algunos analistas internacionales serios: todo indica que el sistema electoral es capaz de producir resultados confiables. O lo que es lo mismo: la opción ganadora se corresponderá con la voluntad popular, más allá de cualquier elemento perturbador que se genere que, no obstante, no llegaría a empañar el resultado final.
Tercer acuerdo: respetar
Tal vez sea el acuerdo electoral que más cueste concretar. Una vez conocidos los resultados, tanto ganadores como no ganadores deben exhibir su total capacidad cívica y madures democrática. Es el momento cuando se mide el talante pacífico y de respeto al otro, expresado por aquellos que han estado durante meses debatiendo y promocionando a sus candidatos. Respetar es más duro para aquel que no ha obtenido la victoria. Pero si hemos votado, hemos confiado, debemos comprender que el resultado es una expresión de una mayoría cuya decisión merece nuestro aval como partes actuantes en el juego democrático.
Cuarto acuerdo: trabajar
Aquellos que resultaron ganadores como opción política, me refiero a los ciudadanos que votaron por el candidato que sencillamente obtuvo más votos, tendrán al día siguiente de las elecciones el mismo país que habitan los que no pudieron alcanzar la mayoría. Eso implica hermandad, vecindad, unión entre iguales. La celebración, el festejo, al igual que la tristeza, e incluso la rabia, son compresibles emociones humanas pero deben tener su momento, su proporción. Luego, pasada la página de la historia electoral, cada quien tiene una sola opción: trabajar para vivir y para construir aquello que justifica nuestra transito por el mundo: su felicidad, la de los suyos, la de un país mejor. Los que ganaron ciertamente lo harán con el ánimo y la esperanza de tiempos mejores. Los que perdieron siempre tendrán la opción de soñar pero, al igual que a los otros, les toca trabajar para alcanzar lo que desean.
Son cuatro a cuerdos sencillos pero cuya aplicación permite transitar una nueva etapa en paz y respeto, tal como se supone es el signo de los venezolanos. Votar, confiar, respetar y luego trabajar...Ese debe ser el acuerdo.