Por Miguel Jaimes. Isabel Muñoz fue sobandera y murió a la edad de 73 años. Ella contaba la historia de enanitos encantados que salían de lagunas, decía que un Mojan le sacó un maleficio, todo fue cuando asistió sin protección espiritual para curar a un joven.
Estos enanos la llevaron por un camino a un lugar donde estaban los secretos, era inmenso como una mansión, grande como un castillo, brillante como el oro y cualquiera sabía que adentro estaban los misterios de la vida. Allí un grupo de ellos la hicieron ver a través de un brebaje hirviendo dentro de una moya. Ahí estaba el causante de las angustias del inocente que le había traspasado el encanto, este tenía pacto con cosas muy malas, habiendo prometido al espíritu que atormentará al cuerpo desdichado y si alguien lograba sacarlo pues pasaría duras consecuencias por atrevida.
Estos enanos la llevaron por un camino a un lugar donde estaban los secretos, era inmenso como una mansión, grande como un castillo, brillante como el oro y cualquiera sabía que adentro estaban los misterios de la vida. Allí un grupo de ellos la hicieron ver a través de un brebaje hirviendo dentro de una moya. Ahí estaba el causante de las angustias del inocente que le había traspasado el encanto, este tenía pacto con cosas muy malas, habiendo prometido al espíritu que atormentará al cuerpo desdichado y si alguien lograba sacarlo pues pasaría duras consecuencias por atrevida.
El mágico enanito indico con su mirada fijarse en una piedrita que con sus pequeños dedos arrugados provistos de largas uñas le dio un sencillo toquecito golpeando al hombre en su cabeza, después del ritual todos partieron.
Isabel sintió que aquello pasó en segundos, pero la verdad, muchos habían desistido de su búsqueda pues llevaba desaparecida más de un mes con unos días de angustias.
Luego contó que veía salir a estos curanderos por entre las rocas, esa fue la razón por la que campesinos de los páramos altos tenían la paciencia del despedrar sus tierras para las cosechas, estas rocas eran trasportadas una a una sobre tablas unidas, arrastradas en la tierra por un solitario burro, arrimadas para hacer largas hileras de un metro y tanto de alto las cuales servían para demarcar terrenos.
Con el tiempo las rocas se derrumbaban en algunos de sus lados, era la señal de que una terrible tragedia vendría, pero las rocas atajaban aquel sentimiento acudido desde las altas montañas.
Estos enanos se disfrazaban de inocentes pajaritos, pollitos o de alguna vasija que daba vueltas confundida en un arroyo y si los incrédulos llegaban a lanzarles piedras se desataban fieras tormentas.
La Mucuy
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