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domingo, 27 de octubre de 2013

Mérida volvió por 4 días

Por:  Adelfo  Solarte. Guardo la esperanza de que cuando alguien lea este  mensaje – esta carta donde hablo de una ciudad que se apareció en nuestras vidas como una estrella fugaz, como un cometa errante – aún quede algo  que pueda dar fe de mis afirmaciones… Algún vestigio de lo que pudimos ver, escuchar, tocar…
Ya alguien me había contado de una ciudad que no podía ocultarse por estar ubicada sobre una montaña “Non potest civitas abscondi supra montem posita”. Mérida, la llaman. Una ciudad que invierte  la  dinámica poética, ya que no obliga a escrutar el mundo  de  las  musas para  unir palabras sino, simplemente, se ofrece tal cual es: un  cielo azul bruñido, la neblina enredada entre las barbas de palo de centenarios bosques…Una calle húmeda por la que caminan presurosos los alumnos de la universidad. Un libro abierto y alguien sentado frente  a éste. El frío imponiendo la dinámica del paisaje. Cuatro ríos empeñados en abrirse paso en una breve meseta.
Cuatro, por cierto, fueron los días en los que esa ciudad volvió a visitarnos.
Antes del jueves la mayoría de las paredes eran pieles desgarradas. Pero desde ese día,  si bien no todas, una buena parte estallaba de color, con obras que además de bien hechas, mostraban  las razones para sentirse orgulloso de vivir entre estas montañas.
Antes del jueves, por ejemplo, el viaducto del  centro, el gran    viaducto de  la 26, era una  grieta oscura. Un agujero negro donde la gente   caminaba  apresurada y donde la noche no invitaba a quedarse sino a huir. Luego vino la luz y el viaducto y la gente sonrieron.
Antes del jueves la basura era reina de los espacios, plaga apocalíptica, castigo inmerecido para  una ciudad  buena.  Pero la basura desapareció y de ella sólo había asomos de animal  herido.
Aún más extraño, los buhoneros se habían ido. Sé que parece un delirio pero eso fue lo que  al menos yo vi… Y sin  buhoneros,  había aceras  para  caminar, ciudad para  ver,   bulevares para pasear. Estamos claros: se cuenta  y   no se cree. Pero  hubo  más…
Policías en las calles, tránsito   regulado y vigilado. Un periódico incluso celebró que no hubo muertos en  las calles y que, al menos por esos días, los motorizados no tuvieron bajas en su cotidiana  pelea con  el   asfalto.
Jueves,  viernes, sábado y domingo. Mérida volvió. Esa era  la ciudad de la que  hablaban tanto los escritores, la  que  pintaban  tanto los artistas,  la que recreaban  los teatreros, la que cantaban los músicos.
Y verla fue  quererla tener. ¿Es pedir mucho,  digo  yo, una ciudad en la que las aceras sean para caminar y no para sobrevivir entre vendedores de ropa interior? ¿Cuándo secuestraron la claridad y nos  dejaron a cambio esquinas oscuras?… Como el poeta pido poco… Una ciudad en la que queramos vivir fuera de nuestras casas.
Cuando  esto escribo se calla la música y se escuchan los ruidos  finales de la fiesta que se recoge en la madrugada. Dicen que el lunes,  cuando nos despertemos, Mérida, la que fue, la que vino de vuelta, ya  no estará. Que era cosa de cuatro  días, como una llamada de un amigo en la distancia. Ojalá quede  algo  que demuestre que la vi a los ojos y que verla fue quererla  tener.


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