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lunes, 28 de octubre de 2013

Cabo

Por Miguel Jaimes. Cuando estaban cercanos los minutos para anunciar las doce de la noche y aún no se podía dormir, la casa permanecía en silencio disfrutando en soledad la tranquilidad de su hogar.
Un viejo televisor blanco y negro con cajón de madera sonaba como una maraca cada vez que se pasaban sus canales del dos al siete, viendo las mismas películas de misterio las cuales hacían recordar los cuentos de Carmelita, aquellos que decía sentada en la acera, cuando un enjambre de niños salían a compartir con sus vecinitos. Entonces recordé repentinamente esta historia.
Durante noches cercanas al mes de noviembre, bajo colchas remendadas por una abuela, estaban acurrucadas, ocultas entre sabanas, escondidas del espanto que por aquella vieja casa merodeaba, niñas temblorosas. Transitaban en un patio sorprendido por pastizales quebrados ante la aparición de un viento abrumador.
Recordaban historias que solía contar Carmelita, aquella anciana que entre hilos y agujas, desataba las compañías por donde transitaba el día y su tiempo, cuando coser no servía sino para esperar minutos lentos y sin embargo todo transcurría bien hasta que alguien confundido tocaba el portal de sus espíritus desatando los tiempos de sus lémures.
Todo sucedía cerca de medianoche, cuando los vestidos del insomnio se asomaban encontrando una anciana que gentilmente pedía aguamiel, mostrándoles un guardado cabito de vela envuelto en un descolorido papel de bodega.
Era la paca, donde se envolvían sueños y aguardaban hasta la noche siguiente en que volverían a buscarlos. Una ochentona desconcertada y hasta un poco asustada que al marcharse decía: "mija vaya a dormir que las noches se hicieron para descansar y los que no están se puedan levantar". Inmediatamente las mujeres cerraban el portal y derechito iban a acostarse, temerosas pues las palabras de la anciana hacían espelucar.
Antes, dejaba un paquetico sobre el altar para que a la mañana siguiente al cantar el gallo y ponerse en pie, atizaban el fogón para hacer café y sostenían en sus manos el cabito e’ vela que le dieron a guardar.
Columna La Mucuy 
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