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domingo, 20 de enero de 2013

Morocotas


Por Miguel. A. Jaimes N. Las morocotas eran enterradas varios metros bajo tierra en cajones de madera muy bien escogida y en cacerolas de barro bien cocidas para que durasen y no fuesen traspasadas por la humedad, todo esto se hacía mientras se conjuraba su destino, algún día ser encontradas por un fiel bautizado. Pero estos doblones de oro añejo eran capaces de guardar en sus formas mucho frío.

Al encontrarse un entierro la búsqueda llegaba a la etapa de la paciencia y para esto había que tener buen ánimo pues la espera apenas comenzaba. El cuento es que no podían sacarlo inmediatamente, primero debía esperarse que la bolita de luz azul la cual había escogido al afortunado fuera capaz de poder entenderse con él, pues ahora la magia de su luz y color fenecería y el nuevo afortunado tendría que alumbrarla de por vida, incluso por una generación más y para esto había que hacer un pacto: riquezas por luz permanente.
Luego del entendimiento vendría la sacada de las morocotas las cuales venían de haber captado el profundo frío de los tiempos lejanos en que anduvieron enterradas. Nadie podía respirar aquella helada y para esto habría que abrir el cajón poco a poco o ir partiendo las vasijas de barro con un pequeño pero fiel clavo de acero el cual estaba rezado para tal fin y el mismo debía tener un siglo de confeccionado.
Las hermanas Candales eran cuatro, una de ellas llamada Ofelia, desprendidas del dinero, habían venido viajando en eternos galeones desde las Islas Canarias. Su buena fortuna les permitió hacer La Mucuy, aserraban madera y la desforestación de todas aquellas primeras montañas estuvo bajo su mando.
Sus parientes jugaban con monedas de oro con las cuales apostaban y hacían sus principales negocios, ganando y perdiendo en sus juegos, pero a ellas les tocaba cada cierto tiempo sacarlas de sus cajones, colocarlas en los grandes patios que empezaban a calentarse con el sol de la mañana y abrigarlas para que el frío las abandonara, permaneciendo hasta mediodía para de nuevo ser guardadas en sus secretos.
La Mucuy 
lamucuyandina@gmail.com

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