Por Miguel Jaimes. Los cuentos ilustrados traen lloviznas y memorias encharcadas de acontecimientos guardados. Eso hacía recordar cuando algunos espantos salían ahuyentados de sus casas tal cuál aves oscuras que por vez primera abandonaban sus nidos, eran los sitios donde habían nacido después del olvido de noches relampagueantes con lluviosos turbiones que no dejaban dormir.
Llegaban vestidos, paseándose como animalitos de montañas invisibles, descalzados, descamisados, apenas llevando bolsas de tiendas pobres, todo sucedía en el camino de una quebrada suave, mañanera y movida con horas de tardes que recibían el chaparrón de un galgo enamorado.
Juntos bajaban a pescar persiguiendo deseos bajo un agua de sorpresas. Otros lanzaban piedras a cuanto pájaro veían y por eso la Pavita de la montaña los confundía, perdiéndolos por horas o días según el daño. Ya de regreso, cansados y hambrientos sobre días asoleados pagaban el atrevimiento de sus piedras.
Ofelia recordaba cuando su Padre abandonó el bahareque donde vivían. Fueron noches de lloviznas en un patio escondido que había dejado de ser central. Muchas deseaban que volviera y de repente vieron como desde lo lejos venía un hombre machete en mano con un racimo de cambures en el hombro, era tanta la ansiedad que muchas vieron en aquel aparecido a un Padre y corrieron a alcanzarlo con los ojos cerrados, lloras pujantes y abrazos dilatados, quizás desamparados.
Por eso la pierna izquierda de la llovizna se detuvo. El grito que llevaba se apagó de repente pero no se sintió avergonzada. ¡No era él! Después fue buscado por entre calles harapientas de un pueblo que no era el suyo. En sus recorridos aprovechó para preguntar a todo aquel que pudiese ser su amigo, pero no fue fácil hallarlo, decidió irse a un nuevo afluente que formó.
Pasó atormentada por momentos de soledad y angustias, luego anduvo entre tardes dormidas al pié de algún árbol indefenso, pidió hasta enfermase con la angustia de otra ciudad, consiguiendo hacer desde el encuentro de las aguas el lugar de las lloviznas juntas.
Columna La Mucuy
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