Por Miguel Jaimes. Bajo unos días copiosos de lluvias intensas, casi interminables, venían anunciándose feroces aguaceros cubiertos de inocentes rayos de un desaparecido sol. Justo en esos instantes aparecían fucilazos de colores doblabas, dejándose inclinar en cada en cada una de sus puntas, dando la impresión que en el medio de su doblez se astillaría el arco que descansaba entre una y otra cuneta de un naciente rio.
Si se daba casi en el medio de tardes lisonjeras cayendo directamente en la piel, desataban un profundo dolor al cual se le atribuía el nombre de picada de arco. Entonces rápidamente había que rejuntar madera muy seca, sin hojas ni chamizos, aquellas que contuvieran el aroma de las ramas calientes, esas que una vez cuando estuvieron en su verdor, fueron capaces de curar fríos intensos, hasta los depositados en viejos cajones donde se guardaban las morocotas o en los miedos que dejaban espíritus sorprendidos por inconclusos adolescentes.
Había que bajar muy de mañanita y buscarlas frente a la ultima chorrera sobre resbaladizas cascadas, pintadas de verdes antiguos que escurrían como melenas de piedras adornadas por las gotas sucedidas en las inundaciones de Luna Llena, justo cuando se ahuyentaban las aparecidas cabelleras desoladas de milagros asustados.
Eran verdores de bejucos venían con arcos salvadores inundados de secretos escritos sobre cartas de fin de año, desde estos sueños se contenían letras que desatarían sueños de jornadas asombrosas, almizcles endulzados con vinos dulces los cuales serían entregados en una desaparecida noche con el cristal de la navidad.
Se iniciaban las sobas de niños descuajados, curados desde manos viejas llevadoras de la sobrevivencia de sus vidas bajo los secretos mejor guardados, solo salidos cuando la premura de un trance hacia aparecer la necesidad de poder intervenir rápidamente.
Eran seres guardados en silenciosos cuerpos, aparecidos con la misión de poner bajo el recuerdo los giros de los suspiros bajo curvas principales oídas bajo llantos de garuas anunciadoras de arcadas.
Columna La Mucuy
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