Por: Adelfo Solarte. Si se era estudiante de periodismo por allá en 1989 también se era ávido lector del diario El Nacional y, por qué no decirlo, admirador de aquellos quienes como un equipo profesionalmente consciente de su responsabilidad, dejaron plasmada para la historia una de las mejores páginas del trabajo periodístico venezolano en el papel y la tinta de aquel diario.
Elizabeth Araujo, Roberto Giusti, Fabricio Ojeda, Régulo Párraga, Francisco Solórzano (Frasso), entre muchos otros, respondieron a la urgente necesidad de saber, de enterarse, de contar, de narrar lo que se vivió y sufrió en la Venezuela en aquellos aciagos días de represión y muerte, el 27 y 28 de febrero de 1989 y días sucesivos.
Tan crucial fue el trabajo periodístico desplegado por los reporteros de aquel diario El Nacional que semejante esfuerzo por mostrar ese retrato textual y fotográfico de lo sucedido en Venezuela en tiempos del paquetazo de Carlos Andrés Pérez, quedó registrado en un libro que debería ser fundamental para todo el que se desempeñe como periodista: El día que bajaron de los cerros, una antología de crónicas e imágenes paridas por periodistas, al calor de la poblada de 1989.
De la contundencia socio política de los acontecimientos de aquel febrero de 1989 no queda el menor rastro de dudas. En una intervención recordando la fecha, publicada en el diario Correo del Orinoco en febrero de 2010, el presidente Hugo Chávez, calificó al Caracazo como “la chispa que encendió el motor de la Revolución Bolivariana”.
Pero si bien el evento, el acontecimiento mismo, fue el combustible que movió la nave en la que se embarcaron los nuevos procesos sociales, su registro por parte de los medios de información también fue determinante.
Eran, estamos claros, otros tiempos donde no había celulares, ni existía Internet como herramienta. Estamos hablando de 25 años atrás o para que suene más histórico, un cuarto de siglo en el pasado. Imperaban la televisión y la radio pero eran los medios impresos los refugios de la mayoría de los más comprometidos periodistas. Tal vez de allí la vitalidad social de medios como El Nacional de aquellos años y la incómoda cobertura que representó para el gobierno de turno (el de Carlos Andrés Pérez) el trabajo comprometido de los periodistas.
Es importante mencionar también que no sólo para el gobierno que lideró en su momento Hugo Chávez – cuyo legado político es el sostén del actual mandato constitucional de Nicolás Maduro - sino para una buena parte de las principales figuras que ostentan el poder político dentro del gobierno, la cobertura de los acontecimientos vinculados al Caracazo de 1989, representan un patrimonio de la historia nacional, de su memoria.
Por ejemplo, el año pasado la Asamblea Nacional organizó el foro “El Caracazo, un verdadero grito de rebelión”. Los organizadores afirmaban que ese foro formaba parte de “las jornadas de reflexión y rescate de la memoria histórica sobre las víctimas de los gobiernos del llamado Pacto de Punto Fijo”.
En el sitio web de la emisora Alba Ciudad 96.3 FM, de Caracas, que apoya al actual gobierno, se publicó el año pasado una recopilación de imágenes del extraordinario fotógrafo Francisco Solórzano bajo el título “El 27 de Febrero, captado por el reportero gráfico Francisco Frasso Solórzano”, material en el que hay un párrafo que reza lo siguiente:
“Estas imágenes históricas sólo nos dan una lejana idea de lo que fue el 27 de Febrero de 1989 (y los días subsiguientes) para el pueblo venezolano. Miles de personas se lanzaron a la calle tras ejecutarse un duro paquete de políticas económicas a instancias del Fondo Monetario Internacional, que se materializaron en escasez y aumentos desproporcionados de alimentos y servicios públicos. El pueblo no aguantó más, y el gobierno de Carlos Andrés Pérez respondió con una represión nunca antes vista, que dejó miles de muertos”.
¿Hacia dónde nos lleva estas referencias de 1989?: hacia la constatación de que más allá del primario impulso de quien ostenta el poder de prohibir, censurar, frenar la cobertura, la imagen, el registro, el trabajo de los medios, la acción periodística, debe imperar la sensatez de dejar que el flujo de la información siga su curso, sin más límites de lo que pueda establecer la responsabilidad ética, pero también jurídica, de quien difunda.
Es obvio que lo anterior entraña un gran riesgo político o puede interpretarse como el harakiri que pondrá fin al control del poder.
No obstante, la historia, constatada por los que ahora les toca el ejercicio del gobierno, indica que es preferible juzgar los excesos de la información a posteriori – que para eso sobran leyes - que frenar su ejercicio al calor de los acontecimientos. O lo que es lo mismo, es preferible ver las crudas imágenes de 1989, surgidas del a Dios gracias oportuno lente de Frasso; o leer las humanas pero a su vez estremecedoras historia de aquellas crónicas periodistas que nos contaron el Caracazo, que lamentarnos como sociedad por su ausencia.
Los únicos que se frotan las manos con el silencio son los culpables. Por ello, partiendo de la premisa de que este gobierno actúa con respeto e integridad frente a su pueblo, incluso ante a aquellos que reclaman, protestan y adversan, no debería haber, en lo absoluto, razones para sacar del aire un canal, presionar medios o decidir que imágenes o cuáles no podemos ver los venezolanos. En suma, la libertad de información es un reflejo del grado de fortaleza con la que se mira y aprecia el propio gobierno. Es una prueba de democracia.
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