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domingo, 29 de septiembre de 2013

Polanco

Por Miguel Jaimes. Una mañana que no pasaba de un ocupado mediodía se atrevió a partir María Concepción Polanco, matrona Barloventeña nacida en 1897 quien se dio el lujo de ver con sus propios ojos,  —como solía decir—  dos siglos de cambios, fueron décadas que también trajeron miserias, barbaries, prosperidad y algunos adelantos que a sus años no entendía,  pero sabía que buenos y malos se escalonan, porque consigo estaba la independencia tecnológica como solían decir, pero también la desunión familiar y la pérdida de valores.
Polanco con sus más de 100 años escuchaba y entendía perfectamente, pero sus nietos, bisnietos, y tataranietos ya no la oían ni miraban porque andaban encarcelados en esos aparaticos que los subyugan al punto de no ver la beldad del anochecer, ni apreciar el canto de las aves cuando se echa la madrugada, ni hablar del primor de la mujer, porque las novias ahora se visitan por internet.
 Pero con una sonrisa inmensa en sus labios que ya no mostraban una blanca dentadura, recordaba que hasta escuchaba después de ir a misa la cadencia de los tambores de San Juan, sonaban igual, haciéndole resonar nostalgias de una época en su vida que se atrevió a llamar juventud, duró tan poco porque la vivió a plenitud, haciendo bases sólidas para cuando las nieves de los años poblaran su risada cabellera. Hoy, llegó el momento de descansar, dejando una estela de recuerdos para todos sus conocidos.
Vivió 116 años y de esos 110 rezaba cada mañana El Rosario, lo aprendió cuando apenas tenía seis añitos. Con ese crucifijo pidió que la enterraran. Algunos todavía ven su sombra en la solida banca de madera donde reposó por más de un siglo, descansaba mientras escuchaba el tic tac de su viejo reloj de madera, impulsado a cuerda, sostenido en una gruesa pared, cada mañana y tarde lo miraba, mientras la camándula de nácar escurría por entre sus dedos. Todavía se siente su masa de maíz salida del molino agrupada en arepas que se soasaban de lado a lado y el café soltaba el único olor reconocido por una parida mañana. 
Columna La Mucuy 
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