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miércoles, 19 de marzo de 2014

Cuál será la situación de Mérida durante Semana Santa


Por Alfredo Portillo. Mientras escribo este corto artículo transcurre ya la tercera semana del mes de marzo de 2014, y la sexta semana desde que la ciudad de Mérida se encuentra semiparalizada, con sus principales avenidas bloqueadas, las actividades educativas suspendidas, la movilidad limitada y  las actividades comerciales a media máquina. Deben transcurrir tres semanas más, para que lleguen los ansiados días de Semana Santa. Y la pregunta que surge es la siguiente: ¿Cuál será la situación de Mérida durante Semana Santa?
La respuesta a la pregunta formulada debe tomar en cuenta tres dimensiones: una dimensión religiosa, una dimensión turístico-comercial y una dimensión educativa. Se supone que para la Iglesia Católica y para otras congregaciones religiosas  cristianas que hacen vida en la ciudad de Mérida, los días de Semana Santa son muy significativos, por lo que las actividades que tradicionalmente realizan, y que también esperan realizar este año, requerirán de una ciudad donde impere un clima de normalidad y paz social. Igual ocurre con el sector turístico-comercial, el cual  está a la espera de que la ciudad de Mérida vuelva a la normalidad, a fin de llenar sus expectativas desde el punto de vista económico-financiero, tanto más si no pudo aprovechar los días de ferias y carnaval, debido a la situación convulsionada en que se encontraba la ciudad.

Finalmente está la dimensión educativa, cuyas actividades reanudadas parecieran estar dependiendo de que los requerimientos de la dimensión religiosa y la dimensión turístico-comercial produzcan el milagro del apaciguamiento de la ciudad. Sin duda, una curiosa situación en la que fuerzas e intereses contrapuestos terciarán para definir cuál será el destino próximo de la ciudad de Mérida. Un momento estelar de la eterna pugna entre la racionalidad y la irracionalidad.
alportillo@ula.ve

lunes, 17 de marzo de 2014

Colas: una experiencia de otro mundo


Por: Adelfo Solarte. En algún momento de nuestra historia reciente, las colas se convirtieron en parte del paisaje. Me refiero a las colas humanas frente a los supermercados, abastos y farmacias o, incluso, detrás de un camión desde donde se despacha uno o varios productos de la lista de los más buscados, como la leche completa en polvo, el azúcar, el aceite, el papel higiénico y la margarina, por nombrar  unos pocos.
Uno camina por la calle y, quiéralo o no, termina siempre pasando al lado de una cola imponente. Y es que pese a que ya estemos acostumbrados a ver colas por doquier, siempre nos sorprende su dimensión, lo  absurdo de su tamaño. El asunto es que las colas –en función de su morfología- representan, ni más ni menos, la medida exacta de nuestras desventuras económicas, sobre todo desde la perspectiva de un abastecimiento que habla de mesas vacías, angustia  y desazón.
Por lo tanto, las colas nuestras de cada día, han  generado un micromundo –su propio sistema  planetario– en el  que los ciudadanos gravitan en pos de cumplir el obligado ritual de hacerse con uno o varios productos que necesitan.
Por eso, comprender lo que llamaremos la tipología de las colas, que nos remite también a la “personalidad de la cola”, resulta importante en el intento de salir bien parados de nuestra incursión en el supermercado o en el abasto de los chinos.
Vamos a lo básico: las colas pueden ser largas o cortas. Pero, ¡ojo!: una cola “corta” puede ser una denominación engañosa a la luz de las actuales circunstancias. Si una cola llegó a tener un día 500 personas, el hecho de que otro día tenga 250 la hará ver como que, en efecto, es una cola “corta”, aunque sólo de ver la extensión de la fila nos den ganas de regresarnos.
Por lo anterior, sería mejor categorizar las colas como largas y “menos largas”. Otro dato a tener en cuenta es que algunas colas  - cual parientes mitológicos de la Hidra de Lerna o de Medusa – muestran  una discreta extensión pero tal evidencia obedece a  que de su cabeza surgen 3 ó 4 colas fundadas al calor del  caos que suele producirse en la puerta de acceso al comercio. En algún momento cada cola tendrá vida  propia  y reclamará prioridad sobre las demás,  indistintamente que haya surgido de la informalidad  o de la viveza de un grupito. Pero así suele ser la personalidad de algunas colas.
Por cierto, lo de la personalidad no es un dato  irrelevante.  Más bien aquellas personas que por necesidad u obligación se han hecho expertas en colas  –tal es el caso de muchas doñitas amas de casa–  se  refieren a éstas de forma curiosamente humana.  Así, una señora conocida, que luego de 4 horas había logrado comprar harina en Yuan Lin, me habló de la enorme cola como  si  describiera  a  una amiga: “Pues sí, ella es larga, no te lo voy a negar, pero se mueve bien”. Otro amigo, muy  poco dado a  hacer colas, me  advirtió  sobre lo que ocurría en una ocasión en Farmatodo del centro: “Ni se te ocurra hacer esa cola. Esa bicha no se mueve y además es violenta”.
Por lo dicho, me atrevo a decir aquí, científicamente –y  perdonen la presunción– que la personalidad de una cola es directamente proporcional al tiempo que hayamos pasado en ellas. Una persona experta, con amplia experiencia en colas, no se amilanará porque vea 650 personas paradas bajo el sol inclemente a la  espera de un tarro de mayonesa. Por el contrario, un  novato en colas, se lamentará si la fila le hace perder una hora de su tiempo.
Nuestra relación con las colas es de un grado tan  especializado que incluso existen colas de la nada   (algo así como la materia oscura que los científicos   saben que existe en el espacio pero de la que no   pueden mostrar mayores evidencias). ¿Cómo es esto? Sencillo: en el supermercado Ciudad de Mérida, hace unos días, había unas 30 personas, más o menos, en cola, pero dentro del local comercial no había ninguno de los productos más buscados. Un señor me explicó la extraña situación: “Sí, sabemos que no hay nada  pero estamos parados aquí para cuando llegue lo que tenga que llegar”. Es decir, las colas son a   veces un acto de fe.

Además, las colas están llegando a un grado tal de   protagonismo que, no lo vamos a negar, cuando  alguien ve una cola es porque, como diría una vecina “algo bueno llegó”. Y aunque el sentimiento anti cola nos embargue, la fuerza de gravedad de las mismas  cada vez va atrapando a más gente, personas que poco pueden  hacer para luchar contra esa fuerza de atracción que nos obliga a estar parados allí,  respondiendo a las reiteradas preguntas: ¿Epa, y esa cola es para qué?,  a lo que nosotros  responderemos: “Para lo que ella decida”. 
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La corrupción electoral en Colombia


Por Alfredo Portillo. A propósito de las recientes elecciones parlamentarias realizadas en la hermana República de Colombia, el pasado sábado 15 de marzo, el periodista Dario Arismendi, conductor del programa Entérate, que se trasmite por la televisora Caracol Internacional, conversó con los analistas políticos  colombianos Mauricio Vargas y Aurelio Sánchez.
Para mi sorpresa, el periodista y sus dos invitados estuvieron conversando, cual tres amigos, de la corrupción que existe en los procesos electorales en Colombia. Se contaron anécdotas y hasta echaron chistes. Describieron, con lujo de detalles, cómo funciona el atrasado sistema electoral colombiano. Y por supuesto que no podía faltar eso de la narcopolítica  y la parapolítica.
Resulta ser que en Colombia los electores votan marcando su opción de preferencia en una boleta, que luego es escaneada, para posteriormente  la imagen ser enviada a la Registraduría Nacional del Estado Civil (el equivalente al CNE en Venezuela). Parece ser que durante ese trámite se realizan inmensos fraudes, que por cierto, son vox populi en Colombia. Estos tres personajes narraron casos como el de un senador quien dijo que, a él no le preocupaban los votos en las urnas, porque en su país las elecciones se ganaban en la Registraduría. También está el caso de otro senador, que apenas si interviene en el Congreso colombiano, y resultó ser uno de los más votados. En fin, toda una realidad mágica, vecina nuestra, en un país que se apresta a realizar las elecciones presidenciales en fecha próxima, y en las que se esperan sorpresas.

alportillo@ula.ve

Mercado


Por Miguel Jaimes. El camino al mercado era travieso, sinuoso cuando los días de lluvias interminables inundaban hasta los caminos de buena voluntad y sus rondas floreadas se distanciaban de a momentos. Ir al mercado significaba conocer otra parte de la vida de un Padre constante, silencioso y muy animoso. Era encontrar viejos amigos mientras se olían sabores de especies y esencias más de lo normal.
Era cargar un mercado de rebajas con ofertas extraviadas pero encontradas que iban haciendo la receta de la casa. Estar allí sin saberlo hacía una vida descubierta en una manera de vivir. Estantes de madera retocados en pinturas blancas de aceite que curaban astillas y hacían de la colocación de quesos, chorizos y cuajadas una vena fraterna de recetas hechas en una casa montañosa, solo para constantes clientes quienes abrían los días pidiendo productos frescos y económicos.
Eran momentos armados de proyectos, constancias de compradores que dejaban partes de una vida. Era sentir a gente muy pobre, algunas confundidas, casi perdidas entre el medio de olores de pasteles, empanadas, fritangas y cafés de varios aromas.
Toldos cubiertos por medio de lonas traspasadas parecidas a texturas de cueros salvajes. El mercado es la improvisación de construcciones donde todo es posible. Remiendos, hechuras, clavos y golpes sostenidos por techos de colores perdidos.
Pesos, arrobas, libras, quintales, docenas de verduras y cuentas de panes dulces con sabores de vendedoras. Hierbas, pompones, flores, claveles, café tostado, maíz pilado y molido, numeritos para una rifa diaria, sopas, sancochos, nada escapaba a las medidas, rebajas y encomiendas más sus encargos.
Escalones repletos de hortalizas, verduras, carnes y aves de varios colores, vivas, con sus picos abiertos advirtiendo a su nuevo dueño que las haría despresar. A un lado en un rincón apacible más quieto de lo normal una imagen, una virgen, velones, velas, rosarios, camándulas y peticiones. Que la comida rinda con el poco dinerito y que al sacrificado vendedor no se le quede nada.
Columna La Mucuy 
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