Por: Adelfo Solarte. En algún momento de nuestra historia reciente, las colas se convirtieron en parte del paisaje. Me refiero a las colas humanas frente a los supermercados, abastos y farmacias o, incluso, detrás de un camión desde donde se despacha uno o varios productos de la lista de los más buscados, como la leche completa en polvo, el azúcar, el aceite, el papel higiénico y la margarina, por nombrar unos pocos.
Uno camina por la calle y, quiéralo o no, termina siempre pasando al lado de una cola imponente. Y es que pese a que ya estemos acostumbrados a ver colas por doquier, siempre nos sorprende su dimensión, lo absurdo de su tamaño. El asunto es que las colas –en función de su morfología- representan, ni más ni menos, la medida exacta de nuestras desventuras económicas, sobre todo desde la perspectiva de un abastecimiento que habla de mesas vacías, angustia y desazón.
Por lo tanto, las colas nuestras de cada día, han generado un micromundo –su propio sistema planetario– en el que los ciudadanos gravitan en pos de cumplir el obligado ritual de hacerse con uno o varios productos que necesitan.
Por eso, comprender lo que llamaremos la tipología de las colas, que nos remite también a la “personalidad de la cola”, resulta importante en el intento de salir bien parados de nuestra incursión en el supermercado o en el abasto de los chinos.
Vamos a lo básico: las colas pueden ser largas o cortas. Pero, ¡ojo!: una cola “corta” puede ser una denominación engañosa a la luz de las actuales circunstancias. Si una cola llegó a tener un día 500 personas, el hecho de que otro día tenga 250 la hará ver como que, en efecto, es una cola “corta”, aunque sólo de ver la extensión de la fila nos den ganas de regresarnos.
Por lo anterior, sería mejor categorizar las colas como largas y “menos largas”. Otro dato a tener en cuenta es que algunas colas - cual parientes mitológicos de la Hidra de Lerna o de Medusa – muestran una discreta extensión pero tal evidencia obedece a que de su cabeza surgen 3 ó 4 colas fundadas al calor del caos que suele producirse en la puerta de acceso al comercio. En algún momento cada cola tendrá vida propia y reclamará prioridad sobre las demás, indistintamente que haya surgido de la informalidad o de la viveza de un grupito. Pero así suele ser la personalidad de algunas colas.
Por cierto, lo de la personalidad no es un dato irrelevante. Más bien aquellas personas que por necesidad u obligación se han hecho expertas en colas –tal es el caso de muchas doñitas amas de casa– se refieren a éstas de forma curiosamente humana. Así, una señora conocida, que luego de 4 horas había logrado comprar harina en Yuan Lin, me habló de la enorme cola como si describiera a una amiga: “Pues sí, ella es larga, no te lo voy a negar, pero se mueve bien”. Otro amigo, muy poco dado a hacer colas, me advirtió sobre lo que ocurría en una ocasión en Farmatodo del centro: “Ni se te ocurra hacer esa cola. Esa bicha no se mueve y además es violenta”.
Por lo dicho, me atrevo a decir aquí, científicamente –y perdonen la presunción– que la personalidad de una cola es directamente proporcional al tiempo que hayamos pasado en ellas. Una persona experta, con amplia experiencia en colas, no se amilanará porque vea 650 personas paradas bajo el sol inclemente a la espera de un tarro de mayonesa. Por el contrario, un novato en colas, se lamentará si la fila le hace perder una hora de su tiempo.
Nuestra relación con las colas es de un grado tan especializado que incluso existen colas de la nada (algo así como la materia oscura que los científicos saben que existe en el espacio pero de la que no pueden mostrar mayores evidencias). ¿Cómo es esto? Sencillo: en el supermercado Ciudad de Mérida, hace unos días, había unas 30 personas, más o menos, en cola, pero dentro del local comercial no había ninguno de los productos más buscados. Un señor me explicó la extraña situación: “Sí, sabemos que no hay nada pero estamos parados aquí para cuando llegue lo que tenga que llegar”. Es decir, las colas son a veces un acto de fe.
Además, las colas están llegando a un grado tal de protagonismo que, no lo vamos a negar, cuando alguien ve una cola es porque, como diría una vecina “algo bueno llegó”. Y aunque el sentimiento anti cola nos embargue, la fuerza de gravedad de las mismas cada vez va atrapando a más gente, personas que poco pueden hacer para luchar contra esa fuerza de atracción que nos obliga a estar parados allí, respondiendo a las reiteradas preguntas: ¿Epa, y esa cola es para qué?, a lo que nosotros responderemos: “Para lo que ella decida”.
Visita el Blog de Adelfo Solarte: Mi Ciudad. En Facebook en Adelfo Solarte y síguelos en Twitter en @adelfosb
Excelente artículo!
ResponderBorrar