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martes, 10 de junio de 2014

Taza por Miguel Jaimes

Por Miguel Jaimes.Viejas tazas de peltre que en sus orillos guardaban sueños de los labios de viejas inocentes. Jícaras inundadas de café hirviendo, más leche con sauco para controlar las flemas y la tos envejecida por aquellos días de heladas no tan inconclusas. Tazones rebosados de cacao cocido cuyos chocolates intentaban detener el frío en los vientres de carajitas recién desarrolladas.
Por eso hubo pocillos eternos, otros intocables y algunos más envejecidos que el tiempo de sus dueños, al morir, los dejaban como herencia a cercanos seres queridos. Sus orillos quedaron manchados por el tiempo y muchos de ellos quedaban asignados. Otros tenían el nombre de sus dueños.
Algunos familiares habían partido con el descubrimiento de los años dejando el tazón dentro de eternas despensas, allí permanecía por años hasta que el tiempo los hacía regresar, y sus dueños volvían a calentarlos haciendo que sus asas se tranquilizaran pues las ñemas de sus dedos las extrañaban.
Aquellas tacitas fueron de colores verdes, rojos y blancos con bolitas esmaltadas, sentidas en el tacto de los dedos, acariciadas una a una, conocidas en sus partes y por los lados que estaban averiadas se convertían en las compañeras de noches de los tiempos difíciles, cuando las fiebres delirantes tomaban a sus dueños. Incluso hubo quienes fallecieron con las vasijas en sus manos, quedaban tibiecitas cuando el cuerpo se congelaba y petrificaba los sentimientos más guardados.
Fueron tazones que diariamente soportaban guarapos, té, infusiones y ramas. Recibieron migas de pan y escucharon el ruido de paquetes inflados de galletas tostadas con sal. Sus fondos eran raspados y revueltos por patronos que deseaban sacarles líquidos escondidos y pedazos humeantes del pan perdido.
Tazas desportilladas, puestas sobre hornillas, calentadas entre topias, resistieron cuentos y avatares de sus dueños. En ellas quedaba la vida diaria. Su presencia era esperada, cómoda, daba tranquilidad y después —con el tiempo— las ponían a descansar como cachuchas sobre estacas que resistían falsos amarrados con alambres de púas y en los mata ratones que dividían los campos de sus parientes.
Columna La Mucuy
@migueljaimes2
Skype: migueljaimes70


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