En días pasados fuimos a La Capellanía. Es un café-bar, un lugar bien chévere para ir a pasar un buen rato, donde además los fines de semana hay música en vivo. Ahí todo es bonito, el ambiente muy agradable, la decoración encantadora y la atención ni qué decir… En realidad fuimos a Alto Prado porque íbamos al cine, pero llegamos tarde, así que decidimos tomar un cafecito y matar un antojo de comer algo dulcito.
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La gente de La Capellanía se agarró casi todo el pasillo del centro comercial donde está el local, y lo hizo un lugar de lo más acogedor. Nos ubicamos en una de las mesitas de afuera y ahí mismo llegó un muchacho joven, bien fresco y con aire desenfadado a atendernos, puso dos bellos manteles de papel, la carta y siguió su camino. Pronto supimos que se llama Emilio y que tiene poco tiempo trabajando allí. Se parece al lugar en el que trabaja.
Cuando ordenamos como que nos equivocamos, porque Doc sin saberlo pidió un café con amareto y un copetico de crema y avellanas de lo más cuchi, y yo pedí un simple mocachino. El asunto es que en el papel el nombre del café con copetico era atractivo (Copetón), incluso sonó bien cuando Emilio nos echó el cuento de lo que tenía el café, pero jamás nos imaginamos que lo de copetón fuera literal… Cuando el chamo trajo los cafés y le puso en frente semejante coquetería a Doc y una cosa sencillita a mí no pudimos contener la risa… El macho que se respeta que Doc lleva adentro se sentía avergonzado, él quería un café para hombre! En fin, en medio de risas y de una música placentera, bebimos y comimos exquisito. Digo comimos, porque además del café nos deleitamos con una Torta Chilena súper sabrosa, que consistía en varias capas de crepes rellenas con arequipe.
La carta está llena de cosas bien apetitosas, para pedir según la hora y la ocasión. Todo, todo, todo delicioso, y no digo sólo la comida, en La Capellanía cuidan cada detalle, se siente uno cómodo, bien atendido. Total que a la hora de pagar, no hay nada que sopesar, porque cada cosa vale lo que cuesta…
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