Por Miguel Jaimes. Gente de las montañas afirman que las hierbas siguen asociadas a los ciclos del tiempo y a los meses del año donde florecerá cada una de ellas. Su magia supone el desnudo de sus fragancias las cuales abren poros, ablandan la intranquilidad y afloran los más suaves sentimientos de relajación. Esto se da en medio de la luna rosada y parece la suerte de un astro.
Todo es debido a las peticiones de Semana Santa por quienes nunca se cansaron de habitar y entender secretos de gigantes rocosas de la Sierra Nevada. Sitios que descansan como inmortales espías al asiento de La Mucuy merideña. Este nombre viene dado desde la confección ambiental del musgo antiguo crecido bajo el resguardo de troncos blancos. Es el acuerdo de pálidos asuntos con vientos escondidos que van y vienen azotando hierbas de suaves colores.
Son las cepas que se atrevieron a brotar desde el sueño de distantes horas, encubridoras por flores y orquídeas de los tres meses que vendrán avistados de flexibles primaveras. Gigantes eternas, hijas de nenúfares ardorosos, encontradas en la repartición de estaciones etéreas, inundadas sobre lagunas de máscaras arropadas entre hielos de glaciares dormidos, atentos a la protección con velos de neviscas de indias enamoradas, quienes en cada lágrima formaron ilimitadas albercas hechizadas sin fondo ni períodos.
Otros nombres las incluyen como Luna llena de hierba de brote, Luna de embrión y algunas tribus andinas de las altas montañas la conocían como Luna llena del pescado, a causa de los momentos en que las truchas inician la marcha nadando corriente arriba para desovar. Eran justo los días cuando aparecían soles auxiliados de los meses de abril con mayo, cuando tres clavos arroparon con nostalgias los últimos suspiros en un triunvirato de cruces que guardaron secretos de recuerdos adoloridos.
Todo será a causa de las hierbas de estolones, mínimas hojuelas delicadas y elásticas. Están en la fila de todos los verdes contiguos y nunca mueren pues sus talluelos duermen en cada estación y cada día salva sus hojas.
Columna La Mucuy
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