A mi Lucía Gabriela.
Por Miguel Jaimes. La abuela Matilde era una experta sobandera y en sus ratos libres también se dedicaba a la delicada misión de ponerse su bata de partera. Pero con sus inventos de noches cálidas iba hasta más allá en sus locuras.
De vez en cuando hasta que lo forjó como costumbre iba y se robaba la mistela de recientes parturientas, quienes sabían de sus detalles y les ordenaban a sus regañadientes maridos a que preparasen una pochada más, la cual tenían que dejarla bien discreta en la puerta de salida, pues esa era la exigencia de Matilde.
Cuando entraba el primer día decembrino los amigos se buscaban y los abuelos anunciaban sus llegadas, pues desde bien temprano sentían en el ambiente un suave olor a hinojo recién sacado de la oscuridad de la tierra. Decían que estábamos en los días de las mistelas, aquellas ramas que anunciaban la llegada de un niño.
Seguidamente con el alumbramiento las parturientas tenían que empezar a injerir copitas tristes de mistela, eran varios tragos durante toda la cuarentena, esto les abriría el apetito para comerse cada mañana una gallina de plumas blancas durante los cuarenta días que duraba la recuperación.
Eso era para sacarles el hielo que se había introducido agazapadamente bajo el descuido de sus tiernas carnes y que ahora estaba alojado en sus huesos. Aquellas bebidas limpiaban la matriz, todo era gracias a las llamadas ramas calientes.
Después de pasar los primeros veinte días de la cuarentena tomando inocentes tragos macerados en el aroma fresco del hinojo y de arrebatar discretas cucharadas de caldos grasosos, estas nuevas madres sabían que no se escaparía de ser futuras mujeres gordas, empezarían a inundarse con rollos de grasas fabricadas en sus barrigas blancas y que para los próximos años las harían parecer a sus abuelas.
Los veinte días restantes de aquellos sacrificios que marcarían sus vidas estarían dedicados a la atención de las enseñanzas que daban las abuelas después que el recién nacido botaba su ombliguito.
El consejo más marcado de aquellas viejas era que en el amor con un hombre ni las dietas se respetaban, pues tranquilas que todo sería curado con ramas.
Columna La Mucuy
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