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martes, 8 de abril de 2014

Fajeros


Por Miguel Jaimes. Los fajeros eran tejidos hechos con rollos de cabuyas templadas salidos de los cortes de cueros nobles, suavizados, pero con el tiempo de no usarlos, podían volverse secos, ásperos y arrugados. En sus confecciones se les hacían unas disimuladas busaquitas donde se guardaban morocotas. Esas monedas eran importantes ya que fueron usadas en diversas transacciones, apuestas y pagos de compromisos adeudados. En aquellos tiempos todos los saldos serían sellados a punta de oro cochano. Hasta las promesas de amor se debatían en aquel metal.
Los viejos las usaban como emblemas de recia autoridad y en algunas de sus partes les clavaban sus iníciales. También les sirvieron para defenderse de los malos espíritus que salían en las horas de madrugadas detenidas, justo cuando los dueños de casa regresaban de sus farras, enfrentándolos con fajeros que estaban bendecidos, descruzados y protegidos por las fuerzas divinas.
Con estos fajeros cuerearon a los espíritus burlones. Por esa razón quienes los llevaban puestos a la cintura como cintos de autoridad representaban amuletos de protección y con ellos podían salir y andar por caminos ocultos, más cuando la Luna estaba llena aprovechada de zánganos ocultos, los del más allá, quienes salían a espantar como aparecidos indeseados.
El grosor, color y elegancia de aquellos cueros dieron autoridad y respeto. En muchos de ellos iba terciado un puñal o colgaba un afilado machete con mango pulido de cacho de venado; otros llevaban cartuchos de balas con un revólver reluciente bien guardadito para las necesidades oportunas y muy necesarias.
Algunos de aquellos fueron heredados de padres a hijos llegando a usarlos los conchabados a quienes se les veía apretujárselos en sus cinturas. Constreñidos quedaban por la seguridad de las gruesas hebillas, realizadas en bronce, lucían alisadas, tenían de a dos y hasta de tres ganchos o pasadores para que se vieran bien ajustadas. Esos garabatos entraban suavemente en agujeros muy gruesos; por eso algunos llegaron a pesar hasta quince kilos.
Columna La Mucuy 
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