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domingo, 12 de enero de 2014

Curruchete

Por Miguel Jaimes. Cuando en los fogones de trapiches antiguos comenzaban a arder las piedras, entonces se cocían cientos de horas que se encontraban acomodadas, mientras iban recibiéndose los días de San Juan. Por eso todos comentaban que el curruchete era el dulce de los santos solitarios.  
Las cañas ardían cuajando litros de panelas consumidas entre vapores espesos. El papelón se parecía a la edad de la soledad de los cementerios. De aquellos sitios saldrían colores que permanecieron silenciosos, eran los recuerdos de algunos que aún logran escaparse en los días de San Juan.
El queso escogido para la unión de aquel melao sería del ordeño de vacas tiernas, todas criadas sobre terrenos atendidos por hombres, quienes repetirían con sus sagrados dedos los primeros suspiros de aquellos momentos con aromas de chocolate.
La honestidad no venía completa, pues se mantenía viva con el compromiso del curruchete y la fusión del queso con guarapo espesado por fuego, dedicados a representar verdaderos compromisos, sellados sobre sueños de dulcísimos sabores.
La fe en la firmeza de San Juan daba sinceridad a los sueños de los apurados. Por eso la vida sería capaz de colocarle suerte a un niño, cosa que daría las fuerzas y protecciones esperadas en unas tierras frescas.
El curruchete es la contraseña para la hoja de los tiempos, verificando las luces de los aluviones resguardados, ya que todos vendrían depositados como melaos de prosperidad, pero sus entregas les cubrirían secretos a los beneficiados.
En cada una de las bodeguitas las conservarían guardadas por entre rincones de vidrios ahumados, quedando tapados sobre infinitos mesones de maderos arrugados, como piezas dormidas en épocas sin descansos, solo despertados por los campanazos de recados aguardados.
Era un dulce de melado con pan y queso, solo que llevaba las bendiciones de San Juan y él los repartía en los inicios de su celebración. Eran sus compromisos en los comienzos despedidos, cuando las presencias de los santos desempacaban y retocaban sus mantos.
Columna La Mucuy 
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