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martes, 27 de mayo de 2014

Félix

Por Miguel Jaimes. Félix, Félix… solo bastaba escuchar aquel desatinado nombre y el mismo era suficiente para salir corriendo derechitos para la pila de agua que se encontraba cerquita del tinajero.  Ese era el tío Félix, más bien en realidad se comportaba como un primo de la Mama de una señora llamada Dilsia, a la cual todos la tenían como la suegra del pueblo. Unos por temor le decían tío y hasta el día de su lúgubre muerte lo tuvieron que mentar de esa manera pues la aprensión era mucha.
Ese bendito del Félix era terrible, malo, nadie podía con él, ni su Madre. Se sentaba en la puerta de su casa y se comía todas, una a una, sus uñas. Perseguía a los niñitos que mandaban en pantuflas y pantaloncitos cortos para la Bodega de Orangel.
Algunos de ellos sucumbían ante su temor y no podían controlar sus miedos, dejando caer la bolsita del mandado con las puyas, medios y lochas que se les zafaban de sus dedos inundados de sudor convertidos en resbaladizos aceites.
Algunas mañanas amanecía furioso cuando su Mama Dilsia le daba unas tanganas con bejucos del temido árbol de las brujas El Maitín. Esas palizas eran parecidas a las que contaron de abuelas en abuelas cuando los cirineos agarraron al Nazareno.
Entonces Félix corría furioso y cuanto muchacho se encontraba tras el trajinar de sus abarrancados pasos, pues era sencillo: la pagaría con el infortunado inocente. Y así fue creciendo, se hizo como dicen por ahí hombre, pero no maduró su soberbia, cosa que lo embromó hasta el día de su muerte a la cual únicamente asistieron el monaguillo y el sacristán, y eso por el compromiso de estos con Dios.
Se dice que ha sido el único féretro que permaneció ocho días bajo unos gigantescos cópiales de aguas los cuales no descansaron. Gentes de pueblos cercanos llegaron a decir que eso también eran castigos de Dios en contra de la gente por esa decisión tan dura.
Y tuvo que bajar —uno a uno— toda la gente de La Mucuy y hacerle misa al pobre Félix para que le dieran sagrada sepultura. Tuvieron que agarrar barretones, canaletes y palas para enterrarlo o el agua los devoraría.
Columna La Mucuy 
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